El tiempo, ese acuerdo invisible que estructura nuestros días, se convierte aquí en materia de arte. En su nueva exposición en LABOR, Pablo Vargas —cuya práctica ha girado en torno a sistemas de medición como mapas, constelaciones y coordenadas— elige al reloj como símbolo suspendido. No como instrumento funcional, sino como un artefacto cargado de ambigüedad: objeto científico, metáfora poética, máquina para imaginar. En esta conversación hablamos del tiempo como enigma, del poder de los símbolos abiertos y de cómo el lenguaje técnico puede abrirse al misterio. Porque a veces, el gesto más radical no es ir hacia el futuro ni volver al pasado, sino detenerse en el presente.

Tu obra muchas veces parte de sistemas de medición: mapas, coordenadas, calendarios, constelaciones… ¿Qué encontraste en el tiempo como materia para trabajar en esta exposición? ¿Qué tiene el tiempo que no tienen los otros sistemas?

El tiempo es quizás el sistema de medición más abstracto y, al mismo tiempo, el más universal. Me interesaba trabajar con él, no como una unidad fija, sino como una experiencia: algo que vivimos, que organizamos socialmente, pero que también se nos escapa. A diferencia de los mapas o las coordenadas, que ubican, el tiempo nos atraviesa, nos transforma. Es un enigma, una materia intangible que, no obstante, hemos intentado contener en objetos tan precisos como los relojes.

¿En qué momento empezaste a pensar que un reloj podía contener toda esta carga simbólica?

Siempre me han interesado los relojes, en parte porque condensan muchas dimensiones: son artefactos de ingeniería, miniaturas precisas, piezas de arte y, al mismo tiempo, mecanismos científicos. Históricamente, su desarrollo está vinculado a descubrimientos fundamentales y a momentos de transformación social —como la sincronización de los relojes en las estaciones de tren, que alteró nuestra percepción del tiempo y del territorio. Los relojes son objetos personales, pero también representan acuerdos colectivos. En ese sentido, son símbolos del tiempo, pero también de poder, control y modernidad.

OMEGA remite tanto al reloj Omega como a la última letra del alfabeto griego, al Apocalipsis, a los rituales védicos… ¿Qué te interesa de esa superposición de significados? ¿Buscas claridad o dejar las cosas suspendidas, como el reloj?

Me interesa esa ambigüedad. “Omega” es un punto final, pero también un umbral hacia algo más. Al usar un símbolo con múltiples lecturas —tecnológica, espiritual, histórica— busco justamente dejar las cosas en suspensión. Que el espectador no tenga una lectura única, sino que se sitúe frente a una posibilidad. Como el reloj suspendido: no marca el tiempo, pero lo evoca desde todos sus flancos.

Hay algo casi hipnótico en el reloj suspendido, como si pudiera detener el tiempo o llevarnos a otro lugar. ¿Pensaste en él también como una máquina para imaginar, para inducir otros estados?

Sí, absolutamente. El reloj que propuse no mide el tiempo, pero sí lo invoca. Quería que funcionara más como un portal simbólico, como una máquina para pensar o imaginar el tiempo. Al detener su función práctica, queda flotando como una pregunta, como una presencia cargada de sentido pero sin instrucciones claras.

Tu obra siempre se ha movido entre la precisión del dato y lo ambiguo del símbolo. ¿Cómo conviven esas dos cosas en tu proceso? ¿Planeas cada pieza hasta el mínimo detalle o hay momentos de azar, de dejar que algo falle?

Ambas cosas conviven. Me interesa trabajar con estructuras rigurosas —sistemas científicos, patrones numéricos— pero también dejar espacio para que algo falle, se desvíe, se desplace del control. A veces, lo más poderoso ocurre cuando algo en la lógica se desajusta. Esa tensión entre lo exacto y lo incierto es fundamental en mi proceso.

En general, tu lenguaje visual puede parecer frío o técnico al principio —por la referencia a la ciencia, la astronomía, la cartografía—, pero siempre hay un elemento poético o incluso humorístico que lo humaniza. ¿Esa tensión es deliberada? ¿Dónde encuentras el equilibrio?

Sí, es una tensión deliberada. Me interesa cómo lo técnico puede abrirse a lo poético, cómo una estructura científica puede volverse un campo de imaginación. Creo que el equilibrio aparece cuando algo que parece racional se abre a la emoción, al misterio, al humor incluso. Es un lugar muy fértil.

¿Qué tan importante es para ti que el espectador “entienda” las referencias o los símbolos en tu obra? ¿O te interesa más que algo se sienta, aunque no se decodifique del todo?

Me interesa que se sienta. Las referencias están ahí, claro, pero no espero que el espectador las decodifique todas. A veces, entender no es tan importante como experimentar. Si algo en la obra genera una inquietud, una emoción, una pausa, entonces ya sucedió algo valioso.

Por último: si este reloj colgado en LABOR fuera de verdad una máquina del tiempo, ¿a qué momento te llevaría a ti?

Creo que más que llevarme a otro tiempo, me gustaría que me trajera de vuelta al presente. A veces nos vamos muy lejos con la idea del tiempo: al futuro, al pasado, a la nostalgia o a la proyección. Si este reloj pudiera hacer algo, tal vez sería simplemente devolverme a ese momento exacto en el que el tiempo se siente, sin medirlo.

Lee más sobre su exposición aquí.